miércoles, 3 de octubre de 2012

Un amor para la historia


Por: Mauricio García
 
Dos décadas después del primer adolescente “sí”. Las manecillas de la vida de Karin y Armando se detuvieron el pasado 14 de abril del 2012, para juntarse en matrimonio y convertirse en una sola, con la misma ilusión de la primera vez. Hasta el final de sus vidas. “Aceptamos”.

         Se conocieron en la infancia, jugaron, compartieron y se enamoraron en la pubertad. Aunque, el destino caprichoso los separó para hacer de ellos profesionales y seres humanos íntegros, el 12 de abril del 2005 se volvieron a encontrar. El tiempo había pasado, los caminos habían sido diferentes, pero ahí estaban como dos adolescentes y se miraban sin hablar. “Luego de esa noche, volvimos a salir, y nuestros recuerdos y nuestro amor nos fue envolviendo”.

“A mí me gusta su dedicación en el trabajo, su forma de ser y paciencia que tiene para comprenderme” comenta Armando. Hoy desde la tranquilidad de su hogar Karin está segura, que él es el hombre indicado para ella. “Por algo, la vida nos volvió a reencontrar y nuestro amor estaba ahí”, menciona, mientras recuerda los meses previos al matrimonio. Inolvidables. “Agradecidos siempre estaremos a todos los que de alguna forma nos ayudaron a organizar ese día de ensueño”.

         El formar una familia es una de las decisiones más importantes de la vida: alegrías, convivencia, discusiones, problemas. Es todo un conjunto y ellos lo saben perfectamente. “Esperamos llegar juntos hasta el ocaso de nuestras vidas y cuidarnos mutuamente”. Por el momento, están avocados a trabajar y conseguir las nuevas metas, que como pareja se han trazado. Países, ciudades y anécdotas, alrededor del mundo los esperan.

jueves, 2 de agosto de 2012

Una verdad difícil de aceptar


Por: Mauricio García

Hace algunas semanas me puse a pensar en la primera vez que dicté una clase de marinera. El próximo junio se cumplirá nuevamente un junio más desde esa fecha. En esa época asumía 16 años, cursaba el quinto de secundaria y sólo me importaba llegar a la universidad. Recuerdo que todo salió bien al concluir los tres meses, pues al inicio fue complicado que adolescentes me vieran como su profesor. Al final, lo logré. Y una de las frases que siempre recuerdo, de esa primera experiencia, es la que me dijo mi madre: algún día tendrás un alumno preferido. Yo no lo creía en ese momento, simplemente me había gustado enseñar y lo quería repetir.
Los años pasaron y las clases vinieron más rápido de lo que había imaginado. Ahora tengo mi propia academia. Pero la razón de repensar todos estos años, todas las clases dictadas y a todos mis alumnos tiene nombre y apellido: Sophia Sologuren. Posee siete años. Llegó a su primera clase hace poco más de un año, terminaba el verano y yo regresaba a cumplir con mis alumnos, luego de estar de vacaciones dos semanas.
 Es una alumna hábil, rápida para captar los pasos y ha comprendido que no es una estudiante más para mi. Mi pequeña Sophi conoce todos mis gestos, sabe cuando baila bien y cuando lo hace mal: simplemente conoce mi mirada. Yo no disimulo. Luego del primer año, sus papás me propusieron que tomara clases particulares. Eso creó una relación diferente. Reímos, cantamos, jugamos y bailamos juntos, pero al momento de corregir soy exigente. Una vez bailó tan mal que me molesté y le dije al frente de todas sus demás compañeras que lo que acaba de hacer era una ¨cochinada¨. Estoy seguro que le dolió, pero a mi me dolió más decírselo. Para mí, ella es mi mejor alumna hasta el momento. Mi creación. Luego de ese día, yo puedo decir que todas sus marineras son para mí. Ella quiere ser la mejor y yo estoy dispuesto a cumplirlo. Con el tiempo, he comprendido que los más de 30 años de profesora de mi madre tenían razón: algún día iba a tener una alumna preferida, y me iba a entregar y exigir con ella como si fuera yo mismo. Ahora, la pregunta es diferente, pues recuerdo mis años de alumno y el hecho que yo no fuera el preferido de mi profesor, cosa que realmente me hacía sentir mal.
 La inquietud  a raíz de este tema, que me ronda, es ¿qué tan difícil es ser justo? Esta pregunta incluso el mismo Platón se la ha planteado, en la religión también sobresale y en la mayoría de los estados modernos se trata de llegar a alcanzar: justicia. Esto me deja algo tranquilo. No soy el primero que ha estado en este dilema y de repente no soy yo el que poseo la respuesta: lo importante es hacer este ejercicio para controlar mis emociones y no olvidar a mis otras alumnas que también buscan ser mis preferidas.
 De lo que sí estoy seguro es que esto no debería de ser tan extraño. Preferidos en algo somos todos: el hijo/a preferido, el amigo/a preferido, la relación preferida, etcétera. En algún momento de nuestra vida todos hemos sido preferidos o hemos poseído algo preferido. Aunque, el otro día, le comentaba estas cosas a un grupo de mis amigos más íntimos y el comentario general era que no tenían nada realmente preferido. En realidad, yo pienso que no es posible. Sophia es mi alumna preferida. Es absurdo negarlo.

viernes, 22 de junio de 2012

Al estilo de la vieja guardia



En el distrito de Barranco está ubicada la casa de Amelia Huapaya, lugar donde aún se hace jarana como en tiempos lejanos, con sabor a Perú y calor de barrio: la peña ¨La Oficina¨, el último rincón criollo.

En el límite norte del distrito de Barranco está ubicado el jirón Enrique Barrón y en el centro de su cuarta cuadra (441), un portón de color miel, con dos faroles a sus extremos, son el ingreso a la casa de Amelia Huapaya. Para ella, la casa de todos, la peña  “La Oficina”. Al ingresar, una mujer de raza negra es la encargada de darte la bienvenida y hacerte sentir en confianza, ella es Rosa Guzmán. Hoy es jueves, son las diez de la noche y se inicia la jarana, a puerta cerrada.

Por: Mauricio García

Los dos ambientes, de la peña ¨La Oficina¨,  juntos albergan a cien personas como máximo, los colores tierra predominan en el interior y las mesas de madera una tan cerca de otra generan una sensación de intimidad. Todos los concurrentes se conocen, vienen casi todas las semanas, son de todas las edades, de todas las razas y de todas las clases sociales. Un hombre de predominante abdomen se posa sobre un pequeño cajón, la diferencia  más resaltante con el recordado “zambo” Cavero es su negra cabellera; él es Gustavo Urbina, quien inicia la reunión al compás de una marinera de lima. El repique del cajón y las palmas acompañan siempre el canto. ¿Quién baila?, pregunta una señora, que posee hermosos rizos dorados muy parecidos al color de la cerveza; son Fernando  y Lupita, le responden. Aquí es suficiente decir los nombres de pila, los apellidos no importan. ¨Estamos en confianza¨, comenta Amelia, pues ella prefiere que la llamen simplemente por su nombre —será únicamente Amelia desde ahora hasta el final—. El palmero sube a la palma está por terminar, la gente aplaude, canta y guapea;  todo se acaba al escuchar un: para gusto ya está bueno.
Valses criollos, marineras, tonderos, entre otros géneros propios del Perú y su evolución en el tiempo, son interpretados uno tras otro por los diferentes cantantes profesionales e improvisados. Una mujer con caderas anchas se zarandea hasta el centro del escenario, su voz chillona es inconfundible, es la mujer de raza negra del ingreso, para los amigos de la peña ¨la negra rosita¨: campeona nacional de marinera limeña y vals, cantante y mejor amiga de Amelia desde que se inician los jueves de peñita.

Un jueves como hoy, luego de salir de la oficina del trabajo, hace veinte años  nació  de casualidad la peña ¨La Oficina¨. Inicialmente, un grupo de amigos de la dueña fueron los que venían a compartir un momento de jarana y alegría: aquel que sabía tocaba, otros cantaban, guapeaban y bailaban. Con el tiempo, Amelia empezó a invitar a más conocidos y a ver esto como un negocio. El nombre nació igualmente de espontáneo: ¿en dónde has estado?, en la oficina, decían todos sin faltar a la verdad, pero la diferencia era que esa oficina no era la del trabajo sino la peña. Esa es la historia oficial. En el transcurso de todos estos años han cantado en su escenario: Bartola, Avilés, Cavero, los Vázquez, entre otros amigos de la dueña que pasaban por su casa, muchas veces camino a otros trabajos, pero que se detenían e ingresaban incluso para ofrecer sólo un tema. Es un lugar de criollos auténticos: comprometidos.
El sonido picoso del bordón advierte a los concurrentes la presencia de un tondero chiclayano. Aquí todos bailan con todos, no importa si sabes mucho o poco, nadie se puede quedar sentado. El espacio entre los asientos es estrecho, y eso origina que inevitablemente te saludes y comentes cosas con alguno de tus compañeros de lado: muchas veces propicia un baile y, en otras ocasiones, matrimonios como es el caso de Claudia Contreras y Luis Hoces, que se conocieron al asistir el mismo día a la peña y estar sentados espalda con espalda. Estas historias le generan gran alegría a Amelia, para ella es una gran felicidad saber que su impensado proyecto puede contribuir en el bienestar de sus visitas. Todos los amigos de la oficina son mis amigos, repite reiteradamente al pasar por cada mesa todos las noches, la pequeña ¨Lulú¨, como también la conocen.
A la media noche todo es alegría, todos cantan, todos bailan y todos pueden percibir el rico olor a tamales calientes que proviene de la cocina. Amelia personalmente se encarga de preparar y servir: ella es la dueña de casa y los demás son sus invitados. El lugar se impregna de diferentes olores y los primeros platos desfilan sobre comensales ansiosos porque lleguen los mismos a sus manos. Los músicos que habían hecho un intermedio se colocan nuevamente en sus posiciones y el sonido del cajón confirma marinera norteña. Aquí los hombres normalmente son los que invitan al baile y ella son las que deciden aceptar o rechazar la invitación. En su mayoría los que asisten no son bailarines profesionales, pero han estado en clases o han aprendido de ver; poseen el mejor de los bailes: el espontáneo. Del otro lado, están los que bailan a nivel profesional y que van a la peña para poder encontrarse con amigos y poder disfrutar de esas jaranas que sólo en ¨La Oficina¨ se pueden recrear.
Un señor mayor le extiende un pañuelo a una muchacha, mucho más joven que él —quizá 20 años menor—, ella acepta. No se conocen, nunca se han visto e, incluso, no saben sus nombres mutuamente, pero él reconoce que es una bailarina profesional de marinera, su porte la delata, y no quiere perder la oportunidad. Ella, por su parte, sabe que el caballero que la acaba de invitar es un bailarín amateur e intenta bailar de forma sencilla para no dejarlo mal frente a sus amigos. La marinera termina, él le agradece, intercambian nombres y se despiden con una sonrisa cómplice. Es la fotografía de una ciudad lejana, pasada en el tiempo como el mismo olvido.
            La jarana está en su mejor momento, los tímidos cantantes ya entraron en calor y las botellas de pisco se vacían mucho más rápido que antes. El redoble del cajón indica nuevamente marinera de lima, grandes y chicos salen a bailar: es una de las últimas piezas de la noche. Entre todas las personas, en la pista de baile, un par de azules tacos aguja, destaca sobre los demás y llaman la atención de los espectadores: estos sostienen el cuerpo de una esbelta  y madura mujer de 53 años, se acaba de cuadrar en la pista de baile y su pareja la observa de frente a diez pasos. Ella es Mariel Torres, una de las puntuales concurrentes de  la peña y el es Martin Olave Torres, el hijo de ella, quien revela inseguros 17 años. Los músicos la conocen, le cantan su marinera preferida, sus amigos guapean a su hijo para que no sienta miedo e inicia la marinera. Ella se olvida que él es su hijo y él trata de olvidar que es su madre; el contrapunto se origina; todos cantan; sigue el guapeo; ella lo enfrenta, él le responde; ella lo mira con indiferencia, lo barre, lo desprecia, pero al final lo acepta. La marinera acaba, ella le sonríe y él le da un beso en la frente, todos aplauden. Mariel Torres comenta que le gusta bailar con su hijo en la casa de Amelia ya que es como bailar en su propia casa: todos somos una familia, comenta la diestra bailarina campeona de campeonas. Es el final de la noche, Amelia agradece mesa por mesa la visita: abrazos, besos y promesas de regresar nuevamente a su casa se dejan escuchar aún a lo lejos.

Dos Marilyn en el cuerpo de una



 Por: Mauricio García

Belleza, sensualidad y dulzura son los adjetivos que componen “al personaje de Marilyn Monroe”. Hoy luego de 50 años desde su partida, el arte que la llevó a lo más alto de la fama mundial recoge un fragmento de su vida en la película: My Week with Marilyn. Un film sin dudas rico por las diferentes historias que se cuentan, pero también por dejar al descubierto a la industria del cine más grande del mundo: Hollywood, máquina creadora de personajes. Esto queda claro en el transcurso de las escenas ya que en muchos de los momentos se puede observar a una Marilyn presionada, forzada e incluso hostigada por las miradas de los demás. Pero eso no importaba, ella no importaba, su belleza era igual a dinero, sexo y fama.
Lejos de las luces, flashes y autógrafos ella podía ser Norma Jeane Mortenson. Una mujer como una historia particular también: una infancia huérfana de padres, inestabilidad familiar y falta de afecto. Por ello, como se puede apreciar en la película, Marilyn buscaba despojarse del personaje que habían construido en ella y obtener esa tranquilidad que a ella le faltaba; a pesar, que al obtenerla inmediatamente también recordaba que su mundo era estar frente a una cámara, poder vivir. La actuación, el baile, el canto eran sus grandes paciones y no podía vivir sin ellos. Aunque éstos aún no estaban preparados o no entendía su forma de interpretar. La chica del lunar sobre su labio era espontánea, al momento de hacer lo que le gustaba, y es por eso que le costaba tanto hacer las cosas como sus productores se lo indicaban. Sin embargo, al final lograba combinar estas dos —espontaneidad y reglas de los productores— y el resultado era sin precedentes.
 La sex symbol  americana de los años 50 pone en manifiesto algo que sucede muchas veces en la vida de personajes famosos: la existencia de dos personajes en la vida de una sola persona. Esto muchas veces ha generado la muerte — como en el caso de Marilyn o Amy Winehouse, pues es un peso difícil de llevar: no es nada fácil convertirte en un holograma deseado por todos, con el costo de dejar de ser tú mismo. Marilyn se aferró a los somníferos y Amy a las drogas— entre otros conocidos casos—, todo esto para evadir esa realidad que en el fondo les hace daño, pero que es imposible de evitar. No pueden vivir sin ella, con sus excesos y sus carecían.

Esto no es exclusivo de personajes famoso. Todos muchas veces hemos asumido un personaje para una determinada ocasión, esa experiencia  puede ser incómoda  en la mayoría de los casos; si eso se forma una constante, como en el en caso de las artistas, antes comentadas, los resultados suelen ser muchas veces lamentables. En la actualidad, miles de campañas en busca de concientizar las personas  del hecho de ser autenticas y con una personalidad definida, nacen todos los días en contraparte al mundo actual:  bipolar y cambiante.



viernes, 15 de junio de 2012

Mi papá y yo



Por: Luis Mauricio García
Cada vez que busco escribir este texto es complicado: es difícil cifrar algo para la persona que es tu máxima crítica,  en mi caso, Mi Padre.

Es la segunda carta que te escribo; la primera, al parecer sé perdió o quizás las fuerzas ocultas de las personas que nos quieren ver separados, conspiraron para que eso pasara. No importa, siempre puedo volverte a escribir y reinventarme e reinventarte en cada intento: es imposible escribir lo mismo dos veces, por lo menos para mí. Espero que te guste.

Hoy tengo 22 años, el tiempo ha pasado, me parezco a ti cada día más —a veces pienso que no lo notas—, poseo grandes metas, aún no he publicado nada realmente como los dos quisiéramos— paciencia, eso va a pasar—, pero si de algo estoy seguro es que como bien dice mi mamá: los dos recorremos juntos la carrera (periodismo), yo en las aulas universitarias, y tú con tu trabajo pujante y tus críticas constantes. Hace poco te pasé un texto aún no terminado y me viste varios errores; en ese momento dije jamás volveré a pasarle algo no terminado. Ese texto era un borrador aún. Este tema es muy importante, ya que en la vida profesional es bastante similar la situación; mi feje también me hubiera marcado los mismos errores, peor aún, un ¨tufillo¨ de desconfianza tendría de mi trabajo: este muchacho enseña textos con errores, no pasa nada, quizás pensaría.

Estoy seguro que tratas de evitarme esos malos momentos. La verdad, me ha costado entenderlo. Hoy siento que he madurado y por eso debo de ser humilde y aceptar consejos, tus consejos. Ya no falta nada para terminar esta larga carrera, 11 cursos son los responsables de mi permanencia aún en la universidad.Luego al mundo laboral. Tengo el presentemiento, y sin temor a equivocarme, que el día que deje la universidad nuestra relación va a cambiar: ¿Nos volveremos a alejar?, espero que no. Me agrada que te importen mis cosas, que leas las cosas que escribo y, sobre todo, que mis alegrias sean las tuyas y siempre tengas una palabra de aliento para mis derrotas: tengo que equivocarme, ese es el precio del verdadero éxito.Siempre voy a necesitar de tus consejos.

Estas líneas se terminan por ahora, pero con la firme promesa que no será la última vez que te escriba. Hace unos días dijiste algo a karin en la casa, que no me gustó; me dolió. Siempre quiero ser el mejor para ti, quiero que pienses lo mejor de mi y, sobre todo, eres a la última persona que me gustaría defraudar junto con mi mamá.Solo te pido algo, recuerda esas semanas pasadas justos los tres, han sido de las mejores en mi vida: yo, mis papás juntos, los tres cenando, los tres en el desayuno, los tres como pequeña familia, los tres, los tres y solo los tres. No pienses mal, yo amo a mis hermanas y a pepe, pero si algo me faltaba era sentir eso: ser el hijo que esperan para cenar y al que le preguntan por sus clases en la universidad. Te amo papá.

Uy uy uy si, ahora todos nos aceptamos como hermanos, M E N T I R A




La intolerancia vive en todos lados: blancos que no aceptan a los negros, heterosexuales que se burlas de los homosexuales o pobres que no aceptan que los ricos también pueden ser como ellos. El Perú es un país intolerante y la culpa ya no es de un solo lado, hoy  poseemos algo de intolerantes. Los demás son cuentos…

Fe




Proyecto  fotográfico  ambicioso  que busca poner de manifiesto la Fe.