jueves, 2 de agosto de 2012

Una verdad difícil de aceptar


Por: Mauricio García

Hace algunas semanas me puse a pensar en la primera vez que dicté una clase de marinera. El próximo junio se cumplirá nuevamente un junio más desde esa fecha. En esa época asumía 16 años, cursaba el quinto de secundaria y sólo me importaba llegar a la universidad. Recuerdo que todo salió bien al concluir los tres meses, pues al inicio fue complicado que adolescentes me vieran como su profesor. Al final, lo logré. Y una de las frases que siempre recuerdo, de esa primera experiencia, es la que me dijo mi madre: algún día tendrás un alumno preferido. Yo no lo creía en ese momento, simplemente me había gustado enseñar y lo quería repetir.
Los años pasaron y las clases vinieron más rápido de lo que había imaginado. Ahora tengo mi propia academia. Pero la razón de repensar todos estos años, todas las clases dictadas y a todos mis alumnos tiene nombre y apellido: Sophia Sologuren. Posee siete años. Llegó a su primera clase hace poco más de un año, terminaba el verano y yo regresaba a cumplir con mis alumnos, luego de estar de vacaciones dos semanas.
 Es una alumna hábil, rápida para captar los pasos y ha comprendido que no es una estudiante más para mi. Mi pequeña Sophi conoce todos mis gestos, sabe cuando baila bien y cuando lo hace mal: simplemente conoce mi mirada. Yo no disimulo. Luego del primer año, sus papás me propusieron que tomara clases particulares. Eso creó una relación diferente. Reímos, cantamos, jugamos y bailamos juntos, pero al momento de corregir soy exigente. Una vez bailó tan mal que me molesté y le dije al frente de todas sus demás compañeras que lo que acaba de hacer era una ¨cochinada¨. Estoy seguro que le dolió, pero a mi me dolió más decírselo. Para mí, ella es mi mejor alumna hasta el momento. Mi creación. Luego de ese día, yo puedo decir que todas sus marineras son para mí. Ella quiere ser la mejor y yo estoy dispuesto a cumplirlo. Con el tiempo, he comprendido que los más de 30 años de profesora de mi madre tenían razón: algún día iba a tener una alumna preferida, y me iba a entregar y exigir con ella como si fuera yo mismo. Ahora, la pregunta es diferente, pues recuerdo mis años de alumno y el hecho que yo no fuera el preferido de mi profesor, cosa que realmente me hacía sentir mal.
 La inquietud  a raíz de este tema, que me ronda, es ¿qué tan difícil es ser justo? Esta pregunta incluso el mismo Platón se la ha planteado, en la religión también sobresale y en la mayoría de los estados modernos se trata de llegar a alcanzar: justicia. Esto me deja algo tranquilo. No soy el primero que ha estado en este dilema y de repente no soy yo el que poseo la respuesta: lo importante es hacer este ejercicio para controlar mis emociones y no olvidar a mis otras alumnas que también buscan ser mis preferidas.
 De lo que sí estoy seguro es que esto no debería de ser tan extraño. Preferidos en algo somos todos: el hijo/a preferido, el amigo/a preferido, la relación preferida, etcétera. En algún momento de nuestra vida todos hemos sido preferidos o hemos poseído algo preferido. Aunque, el otro día, le comentaba estas cosas a un grupo de mis amigos más íntimos y el comentario general era que no tenían nada realmente preferido. En realidad, yo pienso que no es posible. Sophia es mi alumna preferida. Es absurdo negarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario