Por: Mauricio García
Hace algunas semanas me puse a pensar en la primera vez que dicté una
clase de marinera. El próximo junio se cumplirá nuevamente un junio más desde
esa fecha. En esa época asumía 16 años, cursaba el quinto de secundaria y sólo
me importaba llegar a la universidad. Recuerdo que todo salió bien al concluir
los tres meses, pues al inicio fue complicado que adolescentes me vieran como
su profesor. Al final, lo logré. Y una de las frases que siempre recuerdo, de
esa primera experiencia, es la que me dijo mi madre: algún día tendrás un
alumno preferido. Yo no lo creía en ese momento, simplemente me había gustado
enseñar y lo quería repetir.
Los años pasaron y las clases vinieron más rápido de lo que había imaginado.
Ahora tengo mi propia academia. Pero la razón de repensar todos estos años,
todas las clases dictadas y a todos mis alumnos tiene nombre y apellido: Sophia
Sologuren. Posee siete años. Llegó a su primera clase hace poco más de un año,
terminaba el verano y yo regresaba a cumplir con mis alumnos, luego de estar de
vacaciones dos semanas.
Es una alumna hábil, rápida para captar los pasos y ha comprendido que
no es una estudiante más para mi. Mi pequeña Sophi conoce todos mis gestos, sabe cuando baila bien y cuando lo
hace mal: simplemente conoce mi mirada. Yo no disimulo. Luego del primer año,
sus papás me propusieron que tomara clases particulares. Eso creó una relación
diferente. Reímos, cantamos, jugamos y bailamos juntos, pero al momento de corregir
soy exigente. Una vez bailó tan mal que me molesté y le dije al frente de todas
sus demás compañeras que lo que acaba de hacer era una ¨cochinada¨. Estoy
seguro que le dolió, pero a mi me dolió más decírselo. Para mí, ella es mi mejor
alumna hasta el momento. Mi creación. Luego de ese día, yo puedo decir que
todas sus marineras son para mí. Ella quiere ser la mejor y yo estoy dispuesto
a cumplirlo. Con el tiempo, he comprendido que los más de 30 años de profesora
de mi madre tenían razón: algún día iba a tener una alumna preferida, y me iba
a entregar y exigir con ella como si fuera yo mismo. Ahora, la pregunta es
diferente, pues recuerdo mis años de alumno y el hecho que yo no fuera el
preferido de mi profesor, cosa que realmente me hacía sentir mal.
La inquietud a raíz de este tema,
que me ronda, es ¿qué tan difícil es ser justo? Esta pregunta incluso el mismo
Platón se la ha planteado, en la religión también sobresale y en la mayoría de
los estados modernos se trata de llegar a alcanzar: justicia. Esto me deja algo
tranquilo. No soy el primero que ha estado en este dilema y de repente no soy
yo el que poseo la respuesta: lo importante es hacer este ejercicio para
controlar mis emociones y no olvidar a mis otras alumnas que también buscan ser
mis preferidas.
De lo que sí estoy seguro
es que esto no debería de ser tan extraño. Preferidos en algo somos todos: el
hijo/a preferido, el amigo/a preferido, la relación preferida, etcétera. En
algún momento de nuestra vida todos hemos sido preferidos o hemos poseído algo
preferido. Aunque, el otro día, le comentaba estas cosas a un grupo de mis
amigos más íntimos y el comentario general era que no tenían nada realmente
preferido. En realidad, yo pienso que no es posible. Sophia es mi alumna
preferida. Es absurdo negarlo.
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